23 marzo, 2009

Descargando...

Escribo y no pasa el tiempo. Me detengo y mil ideas siguen latentes en mi mente, atormentándome para que escriba y libere todas esas palabras, y así poder suplirlas con novedades.

Así me siento: quiero descargar de mi mente las ideas de futuros proyectos, pero me falta tiempo. Y por ello me agobio y me desconcentro. Pienso tanto en que escribir primero que al final solo me da tiempo a escribir una pizca. Supongo que el primer paso para escribir es hacerlo. Sentirse con ganas e ilusionado por hacer algo, y no poder encontrar el momento para hacerlo, agota la mente.

Soltaré un poco de “literatura” por aquí:
"Deseos trastocados"

Hubo un hombre, que deseando con anhelo intenso ser inmortal, anunció a las televisiones de medio mundo que se suicidaría en directo de forma gratuita.
En el día y lugar elegidos, se emplazaron miles de personas con diferentes instrumentos para recoger el suceso. A causa del tumulto, las autoridades no lograron evitar que se formara un círculo alrededor de aquel hombre. Él pidió silencio y, tras conseguirlo, declaró:
—No quiero morir.
Tras unos segundos de desconcierto, se alzaron, una sobre otra, voces ofuscadas.
El hombre se sobrecogió sobremanera.
—Cuanto ha cambiado el mundo —susurró apenado.
—¿Por qué todo esto? —preguntó con furia una periodista.
—Dicen que se muere por el olvido, y no cuando acaba la vida. Pero esa inmortalidad espero no haberla conseguido, pues en el mundo que ustedes han descubierto a mis ojos, no deseo ser recordado.
Sus ansias de inmortalidad, se habían transformado en un desgarrador sentimiento que le llevó a desear la muerte. Y así, abatido, el hombre se adentró en una abigarrada multitud agresiva. Y anduvo a duras penas, entre reproches e insultos, esperando a que se cumpliera su nuevo deseo.
Finalmente, sintió como un frío acero sesgaba su vida, y lo alejaba de un mundo en el que los seres humanos se habían convertido en una sociedad formada por seres apáticos.
Desplomado en el suelo, pudo llegar a dar gracias, con un hilo de voz, a la mano anónima que sujetaba el afilado cuchillo.
La felicidad fue su último sentimiento, pues vio cumplido su deseo y calmadas sus ansias: abandonar este horrible mundo descubierto a sus ojos, más cruel y aterrador que la propia muerte.

Por J. A. Velázquez Postigo ©

08 marzo, 2009

Dadoras de vida

Cada persona es especial. Pero de entre todos los seres humanos, las féminas son las diosas. Símbolo de belleza, inteligencia, amor y vida, la mujer evoca la grandeza humana.

Sin la feminidad humana, el mundo no tendría rumbo.

Encerrados sean los individuos que maltratan la feminidad.
Valientes guerreras sean quienes a los maltratadores tengan que enfrentarse.

“Yo soy y seré nada, pero ella siempre fue, es y será todo en la nada.”

01 marzo, 2009

Comenzando

Yo empecé a escribir para trasladar las historias de mi imaginación a una realidad, aunque fuera a través del uso de las letras.

Comencé bruscamente, no sabría decir con seguridad que todos empezamos de igual modo. Con “brusco” yo me refiero a decir: “escribiré un gran libro; un enorme libro; una trilogía; una serie”. Eso es bruto e insensible.

Tal vez la edad o tal vez la ambición humana, o tal vez yo, fue lo que me hizo pensar en el después antes que en el ahora de entonces. Tenía apenas unas líneas en la pantalla, y ya me veía en la cima del mundo. Delirios de grandeza que no me hacen ser un verdadero escritor, creo yo. Veo a mi yo del pasado como alguien paralelo a un escritor novel; la parte del ser que se preocupa de todo menos de escribir.

Me llené de tantas ilusiones que el simple gusto que me producía escribir quedó un poco sepultado. El paso del tiempo, suerte mía, cambió las cosas. Pequeños golpetazos que me hicieron caer para que aprendiera a levantarme, y que además me ayudaron a despertar de mi particular cuento de la lechera. Se me calló el cántaro, lleno de relatos y nombres de concursos.

Volví a escribir y a guardar archivos; A disfrutar sin condiciones ni limitaciones propias de concursos; A soñar con que alguien leyera mis escritos, sin más.

Os diría que empezarais a escribir pequeños textos para aprender a concretar lo que queréis contar, de modo que no ocultéis lo central e importante con demasiados detalles que pudieran ser prescindibles. Y escribo “os diría” porque no soy más que yo mismo, que es lo que tenéis que ser vosotros.

Guiaros por vosotros mismos, no preguntéis demasiado como hacer que tal o cual cosa, porque podríais perder vuestro original modo de escribir. El lector es quien juzga y creo que no puedo ser juzgado correctamente si lo que he escrito no ha sido escrito de forma totalmente original; sin consejo ni ayuda.

La pureza es importante, aunque todo es susceptible al fallo, por lo que, si es necesario, hay que ser sensato, aceptar el fallo, y remendar sin temor.

Sed felices.