Escribo y no pasa el tiempo. Me detengo y mil ideas siguen latentes en mi mente, atormentándome para que escriba y libere todas esas palabras, y así poder suplirlas con novedades.
Así me siento: quiero descargar de mi mente las ideas de futuros proyectos, pero me falta tiempo. Y por ello me agobio y me desconcentro. Pienso tanto en que escribir primero que al final solo me da tiempo a escribir una pizca. Supongo que el primer paso para escribir es hacerlo. Sentirse con ganas e ilusionado por hacer algo, y no poder encontrar el momento para hacerlo, agota la mente.
Soltaré un poco de “literatura” por aquí:
"Deseos trastocados"
Hubo un hombre, que deseando con anhelo intenso ser inmortal, anunció a las televisiones de medio mundo que se suicidaría en directo de forma gratuita.
En el día y lugar elegidos, se emplazaron miles de personas con diferentes instrumentos para recoger el suceso. A causa del tumulto, las autoridades no lograron evitar que se formara un círculo alrededor de aquel hombre. Él pidió silencio y, tras conseguirlo, declaró:
—No quiero morir.
Tras unos segundos de desconcierto, se alzaron, una sobre otra, voces ofuscadas.
El hombre se sobrecogió sobremanera.
—Cuanto ha cambiado el mundo —susurró apenado.
—¿Por qué todo esto? —preguntó con furia una periodista.
—Dicen que se muere por el olvido, y no cuando acaba la vida. Pero esa inmortalidad espero no haberla conseguido, pues en el mundo que ustedes han descubierto a mis ojos, no deseo ser recordado.
Sus ansias de inmortalidad, se habían transformado en un desgarrador sentimiento que le llevó a desear la muerte. Y así, abatido, el hombre se adentró en una abigarrada multitud agresiva. Y anduvo a duras penas, entre reproches e insultos, esperando a que se cumpliera su nuevo deseo.
Finalmente, sintió como un frío acero sesgaba su vida, y lo alejaba de un mundo en el que los seres humanos se habían convertido en una sociedad formada por seres apáticos.
Desplomado en el suelo, pudo llegar a dar gracias, con un hilo de voz, a la mano anónima que sujetaba el afilado cuchillo.
La felicidad fue su último sentimiento, pues vio cumplido su deseo y calmadas sus ansias: abandonar este horrible mundo descubierto a sus ojos, más cruel y aterrador que la propia muerte.
Por J. A. Velázquez Postigo ©