Yo empecé a escribir para trasladar las historias de mi imaginación a una realidad, aunque fuera a través del uso de las letras.
Comencé bruscamente, no sabría decir con seguridad que todos empezamos de igual modo. Con “brusco” yo me refiero a decir: “escribiré un gran libro; un enorme libro; una trilogía; una serie”. Eso es bruto e insensible.
Tal vez la edad o tal vez la ambición humana, o tal vez yo, fue lo que me hizo pensar en el después antes que en el ahora de entonces. Tenía apenas unas líneas en la pantalla, y ya me veía en la cima del mundo. Delirios de grandeza que no me hacen ser un verdadero escritor, creo yo. Veo a mi yo del pasado como alguien paralelo a un escritor novel; la parte del ser que se preocupa de todo menos de escribir.
Me llené de tantas ilusiones que el simple gusto que me producía escribir quedó un poco sepultado. El paso del tiempo, suerte mía, cambió las cosas. Pequeños golpetazos que me hicieron caer para que aprendiera a levantarme, y que además me ayudaron a despertar de mi particular cuento de la lechera. Se me calló el cántaro, lleno de relatos y nombres de concursos.
Volví a escribir y a guardar archivos; A disfrutar sin condiciones ni limitaciones propias de concursos; A soñar con que alguien leyera mis escritos, sin más.
Os diría que empezarais a escribir pequeños textos para aprender a concretar lo que queréis contar, de modo que no ocultéis lo central e importante con demasiados detalles que pudieran ser prescindibles. Y escribo “os diría” porque no soy más que yo mismo, que es lo que tenéis que ser vosotros.
Guiaros por vosotros mismos, no preguntéis demasiado como hacer que tal o cual cosa, porque podríais perder vuestro original modo de escribir. El lector es quien juzga y creo que no puedo ser juzgado correctamente si lo que he escrito no ha sido escrito de forma totalmente original; sin consejo ni ayuda.
La pureza es importante, aunque todo es susceptible al fallo, por lo que, si es necesario, hay que ser sensato, aceptar el fallo, y remendar sin temor.
Sed felices.