Después de varios días, al fin superé el miedo a las páginas en blanco. Para ello simplemente ponía algo de música y mi mente se relajaba. Conseguía escribir páginas en cuestión de minutos.
Durante el día ideaba continuaciones a las paginas ya escritas, y por la noche soñaba con otras nuevas.
Ahora tenía otro pequeño problema: cuando se me ocurrían ideas nuevas, no tenia donde apuntarlas. Por el día podía apuntarlas en un archivo del ordenador, pero a altas horas de la noche el ordenador estaba apagado, así que, ¿donde lo haría?
Al principio utilizaba folios; pero resulto ser un problema, pues tenía todo un batiburrillo de papeles. Cada vez que buscaba un dato apuntado en los folios, me desquiciaba enormemente (creo que cuanto más se busca una cosa, más cuesta encontrarla).
Así estuve durante un mes (llegué a tener decenas de folios, algo que no me agrada por el tema del reciclaje).
Después de un mes escribiendo, vi que la idea de tener un libro escrito por mí, parecía más real. Entonces me asaltaron las dudas sobre si debía contarlo o no. No tenía necesidad de hacerlo, pero me sentía con ganas de saber que opinarían mis familiares. Yo vivo en un pueblo de Andalucía, y por lo que vi durante mis años de colegio e instituto, la lectura por diversión no estaba muy extendida, y menos aún escribir sin necesidad.
Con estas condiciones me sentía dubitativo al pensar como se lo tomarían mis padres. «Seguro que les agrada» pensé; pero sentía que tal vez lo vieran como una perdida de tiempo o algo absurdo.
En fin. Me decidí a contárselo solo a dos personas: Mi hermano más mayor (tengo dos) y a mi madre (a mi otro hermano se lo dije, pero creo que se lo tomó a broma).
Mi madre prefirió no hablar del tema. Cada vez que le hablaba del libro hacía como que no me escuchaba, o simplemente asentía con la cabeza. Unos días después me explicó que era porque creía que tal vez no fuera a servir para nada, y no quería darme falsas ilusiones. Después de enseñarle parte del libro, confió algo más en mí (a mi padre no le dije nada, creo que hubiera visto absurdo que yo escribiera; aunque si no doy el paso, no lo sabré con seguridad).
A mi hermano más mayor (tiene solo veintitantos años) se lo conté poco a poco y con nerviosismo. Él se sorprendió al enterarse, y me preguntó mucho acerca del libro. Nos sentamos en su cama y le hablé de las ideas que tenía sobre el libro. Él me contó que también escribía a veces. Finalmente, mi hermano me hizo entrega del mejor regalo para un escritor (aparte de que publiquen su libro): una libreta para apuntar y anotar todas las ideas.
Ese mismo día rellené varias páginas, y cuando fui a dormir coloqué la libreta junto a mi cama. Durante la noche me levanté más de una vez a apuntar datos (esa noche no podía dormir). Cada vez que me venia una idea, para no molestar con la luz a los que dormían, corría hacia la cocina, abría la puerta del frigorífico y con la luz que proyectaba escribía en la libreta. Por suerte para el medio ambiente, solo utilicé tan absurdo método esa noche.
Al día siguiente me compré una pequeña linterna, con la que iluminaba durante la noche la libreta en la que escribía bajo las sabanas de mi cama.
Ahora tenía otro pequeño problema: cuando se me ocurrían ideas nuevas, no tenia donde apuntarlas. Por el día podía apuntarlas en un archivo del ordenador, pero a altas horas de la noche el ordenador estaba apagado, así que, ¿donde lo haría?
Al principio utilizaba folios; pero resulto ser un problema, pues tenía todo un batiburrillo de papeles. Cada vez que buscaba un dato apuntado en los folios, me desquiciaba enormemente (creo que cuanto más se busca una cosa, más cuesta encontrarla).
Así estuve durante un mes (llegué a tener decenas de folios, algo que no me agrada por el tema del reciclaje).
Después de un mes escribiendo, vi que la idea de tener un libro escrito por mí, parecía más real. Entonces me asaltaron las dudas sobre si debía contarlo o no. No tenía necesidad de hacerlo, pero me sentía con ganas de saber que opinarían mis familiares. Yo vivo en un pueblo de Andalucía, y por lo que vi durante mis años de colegio e instituto, la lectura por diversión no estaba muy extendida, y menos aún escribir sin necesidad.
Con estas condiciones me sentía dubitativo al pensar como se lo tomarían mis padres. «Seguro que les agrada» pensé; pero sentía que tal vez lo vieran como una perdida de tiempo o algo absurdo.
En fin. Me decidí a contárselo solo a dos personas: Mi hermano más mayor (tengo dos) y a mi madre (a mi otro hermano se lo dije, pero creo que se lo tomó a broma).
Mi madre prefirió no hablar del tema. Cada vez que le hablaba del libro hacía como que no me escuchaba, o simplemente asentía con la cabeza. Unos días después me explicó que era porque creía que tal vez no fuera a servir para nada, y no quería darme falsas ilusiones. Después de enseñarle parte del libro, confió algo más en mí (a mi padre no le dije nada, creo que hubiera visto absurdo que yo escribiera; aunque si no doy el paso, no lo sabré con seguridad).
A mi hermano más mayor (tiene solo veintitantos años) se lo conté poco a poco y con nerviosismo. Él se sorprendió al enterarse, y me preguntó mucho acerca del libro. Nos sentamos en su cama y le hablé de las ideas que tenía sobre el libro. Él me contó que también escribía a veces. Finalmente, mi hermano me hizo entrega del mejor regalo para un escritor (aparte de que publiquen su libro): una libreta para apuntar y anotar todas las ideas.
Ese mismo día rellené varias páginas, y cuando fui a dormir coloqué la libreta junto a mi cama. Durante la noche me levanté más de una vez a apuntar datos (esa noche no podía dormir). Cada vez que me venia una idea, para no molestar con la luz a los que dormían, corría hacia la cocina, abría la puerta del frigorífico y con la luz que proyectaba escribía en la libreta. Por suerte para el medio ambiente, solo utilicé tan absurdo método esa noche.
Al día siguiente me compré una pequeña linterna, con la que iluminaba durante la noche la libreta en la que escribía bajo las sabanas de mi cama.